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los partos más fáciles de la historia del distrito.
—Pero no puedes estar seguro —comentó Amanda.
—Claro que no —dijo él—. Sólo te doy mi opinión.
De repente, se dio cuenta de que Ekram, al igual que ella y el resto de la población,
había estado sometida a una gran presión psíquica desde que la invasión se convirtió en
realidad. Vio que Tosca alargaba un brazo hacia ella.
—Toma —dijo. Le ofrecía una copa.
—¿Qué es? ¿Whisky? Tosca, yo no puedo...
—No irás a ninguna parte esta noche —repuso—. Bébetelo. —Observó que todos
tenían una copa en la mano. Tosca añadió—: Luego cenaremos.
—De acuerdo.
Cogió la copa y bebió con cautela. Tosca había diluido el licor puro con la suficiente
agua como para que ella lo pudiera beber con comodidad. Miró por encima del vaso al
médico.
—Ekram —dijo—, algunos de los chicos han realizado misiones de espionaje en el
campamento. Me informaron que los soldados hablaban de alguien, se refirieron a una
mujer mayor, que estaba enferma en la ciudad...
—Berthe —depositó la copa sobre la mesita que había delante del sillón, con el rostro
repentinamente grave—. Debería ir a verla.
—No —comentó Tosca.
—Si vas allí, quizá no te dejen salir de nuevo —explicó Amanda—. Seguro que
disponen de médicos militares.
—Sí. Tienen a un cirujano, un teniente coronel..., creo que más para el beneficio de
este Dow deCastries que para las tropas —indicó Ekram—. He hablado con él por radio.
Es una especie de delegado militar. Parece buena persona; me dijo que, cuando yo no
estuviera en la ciudad, él se encargaría de atender a la gente. Claro está que espera que
yo me encuentre disponible la mayor parte del tiempo.
—¿Le dijiste que estabas ocupado aquí?
—Oh, sí —Ekram mordisqueó un extremo de su bigote, algo que casi nunca hacía—.
Le expliqué que como la mayoría de las madres de los jóvenes se encontraban ahora en
el campo...
—¿Lo aceptó sin más? —cortó Amanda.
—¿Si lo aceptó? Claro que sí. Espero que te des cuenta, Amanda... —la miró con
dureza—, de que mi trabajo no es ignorar a la gente.
—¿Y a quién estás dejando de lado? ¿A Betta? Le dijiste la verdad. Aquí tienes
pacientes que necesitan tus cuidados.
—Sí —acordó él.
Sin embargo, su mirada era dura. Se apartó de ella y fue hacia la chimenea apagada
que había en el otro extremo del salón; en silencio, bebió un pequeño sorbo de su copa.
—Tendré la cena preparada en unos minutos —comentó Mene, abandonando la
habitación.
Durante la cena, el estado de ánimo de Ekram mejoró. No obstante, a la mañana
siguiente el teléfono empezó a sonar con llamadas de otras casas, que pasaban la noticia
de que otra gente que aún vivía en la ciudad, íes había comunicado la noticia de dos o
tres casos más de personas mayores que se hallaban enfermas.
—Ninguna de las personas que, supuestamente, están enfermas, ha llamado —señaló
Mene mientras desayunaban.
—Claro que no, jamás lo harían. Son nobles..., ¡sí, malditamente nobles! Todos
vosotros. Lo siento, Amanda...—se volvió con rigidez hacia ella—. Iré a la ciudad.
—De acuerdo —aceptó.
La intención de Amanda era marcharse inmediatamente; sin embargo, se quedó más
tiempo, por el temor de que Ekram tomara esa decisión. Tendrían, en efecto, que darles
algo. Pero no tenían por qué darles todo.
—De acuerdo —repitió—. No obstante, no te irás hasta que anochezca. Hasta que las
actividades del día hayan cesado.
—No —repuso Ekram—. Me voy ahora.
—Ekram —indicó Amanda—, tu deber debe proyectarse hacia todos. No sólo hacia los
que están en la ciudad. Quizá todavía no se haya presentado la verdadera emergencia en
la que te necesitemos. Eres nuestro único médico; y, antes de que esta situación termine,
tal vez necesitemos el equivalente de un hospital de campo.
—Tiene razón —confirmó Tosca.
—¡Maldita sea! —exclamó Ekram. Se puso de pie, colocó la silla de nuevo en su lugar
de un golpe y abandonó la cocina—. ¡Maldito sea todo este asunto!
—Por supuesto, es difícil para él —comentó Tosca—. Pero no tienes que preocuparte,
Amanda.
—Muy bien —aceptó Amanda—. Será mejor que me vaya. Pasó el día rastreando
patrullas. En uno o dos casos, cuando ya recorrían por tercera vez una misma zona,
descubrieron que la mayoría de los soldados que componían cierta patrulla, eran los
mismos que habían realizado el primer recorrido...; no sólo lo confirmó con sus ojos, sino
con los más agudos de los miembros del equipo, que habían estado espiando a los
diferentes destacamentos. Los escudriñó de cerca a través de un telescopio, con el
propósito de descubrir alguna señal de distracción o rutina en la realización de sus tareas;
pero fue incapaz de distinguir ninguna.
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