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curiosa como todas las mujeres; a su amigo Guidarelli, curioso como todos los notarios, y sobre
todo a Fra Bartolomeo, de la Orden de Predicadores, curioso como todos los confesores.
Fra Bartolomeo era un fraile italiano, entusiasta y dicharachero, que ya se veía convertido
en confesor del rey. Giannino le había enseñado los documentos entregados por Rienzi, y comenzó
a hablar por la ciudad; y los sieneses, en seguida, a cuchichear sobre este milagro: ¡el legítimo rey
de Francia estaba entre ellos! Se agrupaban ante el palazzo Tolomei; cuando iban a encargar lanas a
Giannino, se inclinaban exageradamente; se sentían muy honrados de firmarle una letra; lo
señalaban cuando transitaba por las estrechas calles. Los viajantes de comercio que habían estado
en Francia aseguraban que tenía el mismo semblante de los príncipes de alli: rubio, de abultadas
mejillas y con las cejas algo separadas.
Y ya tenemos a los comerciantes sieneses pregonando la noticia a sus corresponsales de
todas las oficinas de Europa. Y he aquí que se descubre que fray Jordan de España y fray Antonio,
los agustinos que en sus relatos se habían descrito como tan viejos y enfermizos que todo el mundo
los creía muertos, seguían vivos y en perfecta salud, e incluso se aprestaban a partir en
peregrinación a Tierra Santa. Y he aquí que ambos frailes escriben al Consejo de la República de
Siena para confirmar sus anteriores declaraciones, y fray Jordan hasta se dirige a Giannino con
referencia a las desdichas de Francia y exhortándolo a que tenga valor.
Efectivamente, las desdichas habían sido grandes. El rey Juan II -«el falso rey», decían
ahora los sieneses-, había mostrado la medida de su genio en una gran batalla que se libró al oeste
de su reino, cerca de Poitiers. Porque su padre Felipe VI se había dejado derrotar en Crecy por los
infantes, Juan II, el día de Poitiers, decidió hacer desmontar a sus caballeros, pero sin dejarles
quitarse las armaduras, y lanzarlos a pie al asalto del enemigo que los esperaba en lo alto de una
colina. Los caballeros fueron troceados dentro de sus corazas como langostas crudas.
El primogénito del rey, el delfín Carlos, que mandaba un cuerpo de combate, se alejó de la
batalla por orden de su padre, según decían, pero con demasiada diligencia en el cumplimiento de
dicha orden. También contaban que al delfín se le hinchaban las manos, por lo que no podía
sostener mucho tiempo la espada. En todo caso, su prudencia salvó algunos caballeros para Francia,
mientras que Juan II, aislado con su último hijo Felipe que le gritaba: «¡Padre, esquivad a la
derecha; padre, esquivad a la izquierda!», en un momento en que tenía que esquivar a todo un
ejército, acabó rindiéndose a un caballero picardo que se había pasado a los ingleses.
Ahora el rey Valois era prisionero del rey Eduardo III. ¿No se susurraba como precio de su
rescate la fabulosa cifra de un millon de libras? ¡Ah, pero que no contaran con los banqueros
sieneses para contribuir!
Se comentaba muy animadamente todas estas noticias una mañana de octubre de 1356, ante
el municipio de Siena, en la hermosa plaza en anfiteatro bordeada de palacios de color ocre y rosa;
se discutía con grandes gestos que espantaban a las palomas, cuando de pronto fra Bartolomeo se
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Librodot
Librodot Los reyes malditos VI - La flor de lis y el león Maurice Druon 143
dirigió con su hábito blanco hacia el grupo más numeroso y, justificando su fama de fraile
predicador, comenzó a hablar como si estuviera en el púlpito:
-¡Vamos a ver por fín quién es ese rey prisionero y cuáles son sus títulos a la corona de San
Luis! Ha llegado la hora de la justicia; las calamidades que aplastan a Francia desde hace
veinticinco años no son más que el castigo de una infamia, y Juan de Valois no es más que un
usurpador... Usurpatore, usurpatore! -gritaba fra Bartolomeo ante la muchedumbre que iba
engrosándose-. No tiene derecho alguno al trono que ocupa. El verdadero, el legítimo rey de
Francia, se encuentra en Siena, y todo el mundo lo conoce: se llama Giannino Baglioni...
Y su índice señalaba por encima de los tejados en dirección al palacio Tolomei.
-...se le cree hijo de Guccio, hijo de Nino; ¡pero en realidad nació en Francia, del rey Luis y
de la reina Clemencia de Hungría!
Fue tal la conmoción que este discurso produjo en la ciudad, que el Consejo de la República
se reunió inmediatamente en el Municipio, pidió a fra Bartolomeo que trajera los documentos, los
examinó y, tras largas deliberaciones, decidió reconocer a Giannino como rey de Francia. Le
ayudarían a recuperar su reino; se nombraría un consejo formado por seis de los ciudadanos más
prudentes y ricos para que velaran por sus intereses e informaran al Papa, al emperador, a los
soberanos y al Parlamento de París de que existía un hijo de Luis X, desposeído pero legítimo. Y,
para empezar, se le votó una guardia de honor y una pensión.
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